La pulsación es el estado natural y saludable de nuestro organismo.

Todo nuestro organismo se basa en un sistema de contracción y expansión que nos permite vivir: desde la célula hasta el bombeo de la sangre o la respiración se basan en estos movimientos.

La pulsación es también lo que nos permite satisfacer nuestras necesidades fisiológicas, incluyendo las emocionales, a través de dos impulsos básicos: el impulso tierno y el impulso agresivo.

  • El impulso tierno: es un movimiento de ir hacia adentro para ponernos en contacto con nuestra necesidad. Cotidianamente se expresa a través de: reflexión, introspección, descanso, silencio, retirada, parar…
  • El impulso agresivo: es el movimiento que nos pone en acción (una vez detectada la necesidad gracias al impulso tierno) para satisfacer la necesidad. Cotidianamente se expresa a través de: expansión, movimiento, coger, salir, compartir, expresar…

La danza entre estos dos impulsos es la que nos permite mantenernos autorreguladas y por tanto, con sensación de bienestar.

Este movimiento de pulsación que es innato y genuino en nosotros, lo vamos perdiendo a lo largo de la vida:

  • Por las experiencias de nuestra historia que van moldeando cómo nos vivimos con uno y otro impulso (tierno y agresivo). P.ej: ¿se ha premiado o se ha cuestionado cuando he estado clara con lo que quiero? ¿Se ha premiado o cuestionado cuando he decidido no exponerme a alguna situación?
  • Por otra parte, el impulso agresivo tiene privilegio en esta sociedad capitalista-patriarcal en la que nos enmarcamos y por tanto, existe una mayor promoción por las cualidades que se relacionan.

Nos equivocamos cuando nos identificamos con uno de los dos impulsos (tierno o agresivo) y perdemos de vista que forman parte de un único movimiento. De la misma forma que no se nos ocurre imaginarnos la inhalación sin la exhalación o la sístole sin la diástole, también necesitamos ambos impulsos para regularnos a nivel emocional: la expansión y la reflexión.

Uno de los grandes conflictos internos que vivimos se relaciona precisamente con este hecho: juzgamos y nos alejamos de los estados que tienen que ver con estar adentro.

Darnos y acompañarnos en los espacios reflexivos, de soledad, tristeza, descanso, apatía, silencio… cuando aparezcan sin juicio nos permite estar más en contacto con nuestras necesidades. Son espacios de reparación interna que nos permiten después poder volver a salir hacia afuera.